En sus relaciones sociales, el hombre prisionero del Yo es egoísta y egocéntrico. Es incapaz de amar; le es muy difícil ponerse en el lugar del otro, porque, en el fondo, su pensamiento gira siempre en torno a su propia persona. No puede abrirse ni darse a los demás, porque no se siente movido por su Ser esencial.
Dürckheim
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